Aquellos villancicos
Vengo en el automóvil al periódico luego de largas horas de vida nocturna, exhausto, me dirigo a digerir un poco las ideas con mis ya de más masticados sentidos.
Vengo sin proceder de alguna parte en específico, la ciudad se enrosca y me muestra su lengua bífida del "gracias mister", "see ya al rato" y entre los trastocamientos de la palabra, en el híbrido del lenguaje me quedo a observar sin detenerme.
Vengo y el acto de venganza es inecesario, en la radio alguien canta villancicos que en los próximos días me volverán loco hasta la cordura.
La música de la temporada me trae a la memoria noches de juerga, cuando dos locos que siempre pretendían alcanzar la madrugada, terminaban odiándose de manera fraternal.
Allá en la casa de mi padre, las canciones, Juan Gabriel canonizado en una charla, media botella de whiskey, los últimos cigarros sin filtro, las horas del frío en pleno aliento.
Allí, a media calle, dos entonces amigos cantando villancicos al inicio de febrero o mayo, nada fácil es recordar cuando buscamos el final que propiciamos.
"Belén, campanas de Belén", un abrazo, cuídate entre los cerros, no te pongas paranoico, afina la garganta para los gritos, "aquí tienes un amigo", sabes que te odio tanto como te extraño, por eso las palabras siempre rebotan en los hechos.
Ya viene navidad, son los días más solos que tiene el año, desde hoy me comienzo a preparar a compartir las soledades, desde luego están todos invitados al olvido, al nuevo yo sin memoria. Comenzemos por romper los espejos.
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