Soy el niño-Vietnam
Pudiera ser que tengo un TOC y casi nadie lo sabe, según creo yo, porque las reglas del juego mental así lo definen un Trastorno Obsesivo Compulsivo. Un TOC, es como un tic-tac en el reloj, no se quita ni se borra, solo está ahí. A lo mejor es uno de los muchos que tengo, pero uno de los detectados en casa: mi obsesión por contar cosas.
Encontrar el TOC, fue en mi vida, algo así como recordar el viejo chiste que contaba un sacerdote muy querido en la comunidad católica juarense, el padre José Amador, cuando dijo una vez que al momento de llegar los españoles a evangelizar, y uno de ellos le preguntó a los nativos que cómo se sentían con la nueva religión y uno de ellos le dijo que gracias a ellos habían conocido el significado de lo que era pecado.
Ese, uno de mis TOC, va en este ritmo: Siempre cuento y no me refiero a los seres queridos que me faltan, a los que con el paso del tiempo me han ido y los he ido dejando atrás.
Específicamente me gusta contar, ese es mi TOC, ya sean monedas, tarjetas, letras nueces, lo que sea.
Sin importar su denominación, ni su valor, no recordaba por qué hasta hace algunos años y desde entonces cuento por hobby, me relaja en los momentos de mayor estrés. Pero tuve que recurrir a mis recuerdos para entender dicha obsesión.
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Jesús es el nombre de mi tío, uno de los más queridos, quizás el menos educado académicamente pero el más letrado de conocer la ciudad.
Era un eterno viajero, desde que tengo uso de memoria, manejaba un camión de transporte público, y ascendió a cosas como checador de paradas y supervisor de ruta. Llegó a comprar y/o tener camiones a su consigna, eso no me queda del todo claro.
Lo que sí, es su afición a leer historietas ilustradas. Por él conocí el Libro Vaquero, Kalimán, Memín Pingüín, La Familia Burrón, VideoRisa, El Mil Chistes, ¡Así Soy…! ¿Y qué?, Sensacional Policiaca, El Libro del Amor, Proceso, Alarma, Contenido, Selecciones del Reader´s Digest y muchas publicaciones más.
Leía lo que él me permitía, censuraba lo que no podía ver a mi corta edad. Por él también desarrollé mi amor al cine, que en ese momento se podía ver en su gran televisión a colores en una videocasetera Beta.
Eran tiempos donde predominaban las cadenas Videocentro y Videovisión, pero también había videoclubes piratas; sí, para ese entonces se conseguían películas grabadas de buena calidad.
Mi tío Chuy me daba cierta cantidad de dinero que me permitía viajar a mis pocos años de edad de un extremo a otro de la ciudad a bordo de una ruta que se llamaba Triángulo y llegar a donde estaba una escultura que se llama El Caballito, en su posición original, un barrio bien, donde se toleraba esa piratería y rentaba películas.
Mi tío siempre me pedía pelís de karate. Sin importar el arte marcial que fuera, solo quería ver asiáticos peleando. Así conocí a los grandes de las partidas de jeta, así también llegó a mi vida Akira Kurosawa. De eso narraré después...
Aprendí también a llegar a su casa los fines de semana, porque era el lugar donde Terminator, Back to the Future, y varias mucho más tuvieron forma de alcanzarlas. Allí era el lugar donde me sentía seguro. Allí llegué en una noche como niño de napalm, algo que siempre odió mi padre que yo recordara.
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Tenía cierta edad infante, cuando una madrugada, el estruendo de los gritos en la casa, nos levantaron de súbito. Como una tormenta, cuando los truenos no se pueden delimitar a cierto tiempo, así los gritos de mis padres nos estrujaban en la habitación con la puerta cerrada, hasta que de súbito, mi madre abrió y nos dijo salgan.
Como pudimos bajamos las escaleras, a una de mis hermanas mi papá le gritó ¡Mátate!, y en ese intento de su deseo, como pudimos, logramos abrir la puerta principal. No era tan noche, pero fue una de las noches más largas.
Yo me recuerdo corriendo en calzoncillos, abriendo los brazos para alcanzar más rapidez, descalzo y pasando entre los comensales del puesto de tacos y gorditas de Doña Rosa, en una línea directa, recordando hacía donde quedaba la casa de mi tío Chuy, creo que para ese entonces, yo también tenía como 9 años, como Kim Phuc, la niña de la foto del napalm en Vietnam.
Recuerdo que tras haber pasado las canchas donde solían estar los Yanquis, una de las pandillas más aguerridas de esos barrios, casi como un cometa, sin importar qué tipo de situaciones de drogas, estaba frente a la casa de mi tío.
Luego de la confusión, abrió la puerta y al verme inquieto, me llevó al cuarto donde guardaba sus revistas y junto a ellas, varias, muchas bolsas de dinero en monedas. Las bolsas eran de esas gruesas que suelen llevar los que viajan en camiones de Valores.
Mi tío, para tranquilizarme me dijo que leyera algo, luego de no conciliar las imágenes, se percató que mi miedo y mi temblor eran más grandes y entonces reventó una de las bolsas de dinero y me dijo “ayúdame, ponte a ordenarlas”.
Hoy que lo pienso, creo que fue un recurso nada más para ponerle paz a mis pensamientos. Pero me entusiasmé tanto, que la noche pasó y el miedo se fue tras las horas de contar en ese momento, ordenar, sin tener en cuenta las denominaciones.
Luego llegaron mis hermanos. Por la mañana escuché a mi madre, el olor a café, a desayuno y sus risas. Eso me levantó feliz.
Al escucharlos, oí decir a mi tío orgulloso que esas películas las había rentado yo.
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A él le decían el Rigo Tovar, porque siempre se dejó el cabello largo. De él asumí ese gusto de ser sin importar. Gracias tío, aún tengo el cabello largo.
Un día, en casa de mi hermana, ya siendo adulto, le quise presumir mi cabellera, yo medio joven adulto, él ya de mi edad, tenía el cabello corto y para ese entonces le llamaban el caló, por tener siempre lentes negros y una gorra hacía atrás.
Y así atrás había quedado esa casa y los camiones, me contó que era taxista, que sus hijos habían crecido y que aún amaba las películas de karate.
A través de llamadas fue como nos comunicamos esporádicamente, hasta el año pasado, que fue con una frecuencia de dos o tres veces por semana, en los años del Covid.
Pero de Chuy, mi tío, en la época reciente, me duelen los planes, teníamos la idea de que tras pasar la pandemia me visitaría. Yo le patrocinaría su primer viaje en avión, para la Navidad del año pasado, aquí. Y el sólo quería una nueva tele para ver sus peliculas favoritas, en realidad aumentada. Quedamos en ese inter, pero...
Tras un par semanas sin hablarnos, me enteré que un día como hoy, hace un año, el 11 de noviembre de 2021, Jesús trascendió. A mi madre le debo conocer el mar, a mi tío viajar por el cielo.
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A veces hay vacíos que quiero librar intentando comunicarme con amigos. Pero el tiempo me ha enseñado a contar, a ver que cuando la vida nos resta, que tal vez no los hay, porque siempre están presentes mis errores en sus recuerdos.
Pero sé que habrá alguien que me lea, al menos alguien, donde las monedas estarán pendientes, para seguir contándose. Siempre.
Gudnait.