Fotos: Manuel Sáenz
Mauricio Rodríguez
Es mediodía y en la ciudad, el cielo semi
nublado deja escapar algunos rayos de sol. Sobre la calle Mariscal, las obras
de reconstrucción avanzan y en sus inmediaciones se observan grandes montículos
de tierra y arena que dificultan el tránsito peatonal.
En esa calle, unas tapias dejan ver la entrada
de uno de los establecimientos que permanecen cerrados desde hace algunos años,
cuando la violencia acabó con gran parte del comercio y la vida nocturna en el
sector.
De entre la oscuridad de ese establecimiento,
se escucha la voz de un hombre que invita a pasar a los visitantes.
Es Jorge Landeros, un joven de 29 años, quien
desde hace ocho meses radica en las ruinas del establecimiento que por mucho
tiempo operó bajo el nombre de “La
Playa ” y que tiene su entrada principal, sobre la avenida
Juárez.
De aspecto desaliñado, pálido, con signos
visibles de desnutrición, Jorge, que se apoya en unas muletas para andar, dice
ser originario de Obregón y desde hace poco más de un año estar en esta ciudad.
“No tengo cantón, estoy aquí desde hace un año cuatro meses,
terminé quedándome en este salón, el dije al encargado que si me podía quedar y
yo le cuidaba a cambio y me dijo que sí, pero nomás con que no le robaran,
porque si se da cuenta que falta algo me voy de aquí, y me echa a la policía”,
afirmó.
Con la ayuda de las muletas, Jorge se desplaza
por el lugar donde en otro tiempo, antes de ser el salón La Playa , operó el café bar “La Cabaña ”, en los años de
bonanza de la avenida Juárez.
En ese sitio, una vieja lancha deportiva se
encuentra enclavada en el segundo piso, mientras que en la parte baja, un viejo
automóvil Ford Galaxie 500 modelo 1964, sin motor y empolvado, permanecen en su
interior.
“Yo no tengo familia aquí, mi familia piensa
que ando de aquel lado, pero no les aviso porque, imagínate, están en la idea
de que salí a conseguir el sueño americano y que se den cuenta que estoy acá,
sufriéndole, que no la libre, olvídate”, comentó.
Jorge, quien dijo haber estudiado hasta la
secundaria, se mantiene de la caridad pidiendo ayuda a los transeúntes en la
zona cercana al puente internacional Paso del Norte.
“Sinceramente, el trabajo en las fábricas aquí
no deja, aparte de cómo estoy, así lastimado, es más difícil, por eso salgo a
las calles a pedir, así me ayuda la gente y la voy llevando”, expresó.
Landeros cuenta que fue hace ocho meses, poco
antes de llegar a La Playa ,
cuando intentó cruzar hacia Houston, Texas, pero fue interceptado por la migra.
En su huida, al brincar bardas y una malla,
cayó lesionándose la rodilla, la cual no ha sido atendida médicamente.
Jorge se recarga en una de las paredes del
establecimiento para acomodarse en una vieja colchoneta que está rodeada de
escombros y basura, allí se sienta y se dispone a descansar.
Cerca de él está ya otro hombre que acaba de
ingresar al lugar. Afirma es su hermano, del cual no revela su nombre, pero de
quien asegura, también le acompañó en su intento por cruzar hacia Estados
Unidos.
Junto a ellos está el silencio, sus miradas no
se cruzan, dice que la lancha y el viejo Galaxie son la única referencia del
anhelo que tuvo por progresar y alcanzar una mejor vida.
“Fui a cumplir el sueño americano, a buscar
una feria, tengo esposa y dos niñas, pero luego que nos deportaron, no tengo
recursos para devolverme a intentarlo, está canijo”, apuntó.
Afuera, el sol se abre paso entre las densas nubes
negras y deja entrar un haz de luz entre las tapias allí en
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