Back to the madness town
Me han preguntado en varias ocasiones por qué deje de escribir repentinamente en el blog. La verdad, más que dejar de escribir, tomé una apuesta un poco más tradicional, volver a los apuntes de libreta, dejarlos reposar, sentir el silencio que deja la pluma al evadir el contacto con la hoja, a degustar la tarde, a medir el silencio de mis propios miedos a escaparme del espejo, del vaso y del vacío.
Menciono el miedo y si lo pienso bien, también pudo ser un factor para apartarme, pero no justamente el miedo a la violencia provocada por la ira y la codicia del hombre, ni mucho menos a la letra, a la denuncia al compromiso social. Mi temor surgió en la vergüenza que me ha provocado encontrarme ver cómo la palabra puede ser usada para destruir a la ciudad que algunos dicen amar.
Nadie le dijo al escritor que las reglas del juego serían claras o limpias, pero en la dimensión que vive un habitante de este terruño, en el más allá que la simple realidad plantea, está el compromiso y el amor por la reconstrucción del sitio que nos ve crecer o nos ha levantado del delirio.
Donde los vivos creen vivir se gestan especulaciones, se erigen ídolos con pies de barro, se levantan mitos y se generan descontentos y todos ellos son tomados como realidades, verdades a medias que laceran que germinan el odio y el desconcierto. Esos no aman la ciudad, sólo la explotan y la prostituyen.
A veces siento que mi silencio me permite crear nuevas posibilidades, más que de escape, de reencuentro con y para mi gente, mis conciudadanos del caos, mis hermanos malditos que en el infierno mediático han sabido subsistir y elevar su espíritu.
Creo en mi ciudad, esta es mi ciudad, por eso regreso a la república de letras, a casa.
Placa que se localiza a la entrada de la Revista Rancho Las Voces
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